jueves, 2 de abril de 2009

Un pedazo de historia

El hombre, el político, el fenómeno social, el mito. La única manera de entender lo que se vivió en los últimos días tras la muerte del ex presidente Raúl Alfonsín es abriendo un pequeño paréntesis, poniéndose distancia y escapando a la voracidad de los medios por la noticia.

Varios son allí los niveles a observar. Todos, peronistas y radicales, coinciden en algo: el hombre nacido en Chascomús era un buen ser humano. Humilde, sencillo, llano, generoso, valiente y, sobre todo, decente en un período de creciente individualismo.

Como político, y ya como Presidente, Alfonsín tuvo muchos errores. Él nunca los ocultó: el pacto de Olivos, que permitió primordialmente la reelección presidencial de Menem vía reforma constitucional (que en realidad buscaba, según dicen, la inauguración de un sistema político más cercano al Parlamentarismo, algo que no llegó a concretarse); las leyes de Punto Final y Obediencia Debida (injustos perdones a los que debió acceder por la presión militar, algo que no lo exculpa, pero que se entiende en un caliente contexto de reconstrucción institucional) y, sin duda, sus políticas económicas que derivaron en la hiperinflación (y sus fallidos planes Austral y Primavera), entre otros. Debió entregar el poder por adelantado a Menem, hecho que puede observarse como negativo, pero también como positivo si se entiende que fue su única manera de mantener en pie las instituciones democráticas.

Un párrafo aparte merece el juzgamiento a las juntas militares que llevaron adelante el golpe militar de 1976. Se necesitó voluntad política en un contexto marcado por el fuego. Es un hecho histórico indiscutible a nivel mundial, el primero en su tipo contra la represión ilegal del terrorismo de Estado. Esto, sin mencionar que ya había fundado en 1974 la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, lo que demuestra su compromiso anterior con la paz social.

El fenómeno social, este endiosamiento potenciado por los medios de comunicación, combina la construcciones del hombre y el político. Por primera vez desde 2001, cuando arreciaba el “que se vayan todos”, la política vuelve a hacerse cuerpo en las calles y de forma espontánea. Sus cualidades como hombre -la honestidad, humildad, la valentía, y la búsqueda del consenso a través del diálogo- se combinan con la del político y también con las carencias de la dirigencia actual. El fenómeno social trasciende la mixtura del hombre y el político: más allá de sus errores, se recuperan los valores positivos del personaje y se los enmarca, porque son justamente esos valores las faltas del hoy.

Por último, está el mito. Un habitual mecanismo de la construcción del relato histórico. Para las páginas de los anales, como ocurrió con todos los próceres que fueron erigidos para levantar un imaginario concepto de Nación, más allá de sus errores, Alfonsín será el símbolo de la reconstrucción democrática y de la vida institucional tras una terrible y sangrienta dictadura militar.

Entonces se entiende que sus aciertos y también sus errores, las carencias actuales de la dirigencia política –especialmente focalizadas en el Gobierno- y la necesidad histórica de una Nación fragmentada de construir sus mitos para tocar fondo y volver a levantarse confluyen en un solo hombre: Alfonsín.

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